El lenguaje mediático y su relación con la “aporofobia”: extranjeros e inmigrantes
“Lo que molesta de los inmigrantes es que sean pobres” (Cortina, 2017)
Pensamos que la condición de la persona modifica el tratamiento de la población extranjera o inmigrante en los medios de comunicación de masas. Es relevante destacar de qué manera se nombra. Aunque el concepto no figure siempre de manera explícita, la “aporofobia” se traslada en el lenguaje mediático para indagar cuándo se habla de pobreza, y cuando no, respecto al fenómeno migratorio. Esto es, qué y cómo se construyen y difunden los discursos de odio en torno al fenómeno migratorio y su relación con la aporofobia, que discrimina y rechaza a las personas por su condición de “hostiles” . Se tratará de la conformación de una aversión: el odio hacia las personas migrantes por su condición de “pobres”.
Así, la “aporofobia” es una palabra acuñada por Adela Cortina que refiere al rechazo al pobre (Cortina, 2017). Cortina llama la atención sobre el hecho de que solemos llamar xenofobia o racismo al rechazo a inmigrantes o refugiados, cuando en realidad esa aversión no se produce por su condición de extranjeros, sino porque son pobres.
Es importante traer a colación el concepto de la migración, ya que cuando el prefijo in- se sitúa delante de las palabras derivadas del migrar, supone cierta inquietud, pues no parece ser “lo deseado” para la población nacional o, incluso, para la población que se ha nacionalizado a posteriori. Parece que hablamos de extranjeros ricos y de inmigrantes pobres. Los primeros no son “noticia” pues no suponen perjuicios a la sociedad. Sin embargo, los segundos son tildados de problemáticos puesto que podrían alterar el equilibrio social del país en el que se establecen, o en el que están de paso.
La palabra extranjero viene a significar extraño. Algo que, aunque no sea ideal, no es necesariamente negativo. El caso de la palabra inmigrante es otro. Parece que una persona inmigrante se mantiene siempre en una especie de no lugar, pues no goza de los mismos derechos ni tampoco deberes que los demás ciudadanos en el país al que llega, y esto ocurre incluso aun cuando pretende establecerse definitivamente y adquiere la nacionalidad, lo que puede observarse en el tratamiento excluyente de las segundas generaciones. A pesar de haber nacido en España y, por tanto, ser nacionales, los hijos y las hijas de inmigrantes llevan consigo el apellido de inmigrantes. Siendo de esta manera, y prestando atención, sobre todo, al rechazo social que se ejerce en relación a cómo son nombrados los extranjeros e/o inmigrantes, cabe analizar las posibles causas de dicho tratamiento relativo a la “aporofobia”.
Es interesante contemplar estos términos pues ya sólo por el mero hecho de utilizarlos, reforzamos lógicas de “orden”, de clasificación y diferenciación que no deben considerarse, en ningún caso, pretéritas pero que, sin embargo, parecen legitimar y sostener ese “rechazo al pobre”. Términos que, reiteramos, trasladan estigmas que calan en la sociedad y provocan discriminación y desigualdad.
A colación, el término frontera también merece mención pues parece que se hace mayor hincapié en la llegada de personas desde la frontera del sur de España que en la que respecta a personas que llegan por vía aérea o terrestre y que cruzan otros límites geográficos que no son, por ejemplo, los del Estrecho de Gibraltar o del Mar de Alborán. En los medios, en las fotografías que acompañan las noticias, pocas son las ocasiones en las que los aeropuertos son los protagonistas de la llegada de personas. Sin embargo, el mar y sus pateras son el pan nuestro de cada día. Para más inri, ni siquiera hablamos de país de destino sino de tránsito pero parece ser suficiente para considerar a las personas que alcanzan tales espacios como hostiles para la población nacional.
¿Extranjeros o inmigrantes? ¿Extranjeros e inmigrantes?
De extranjero, dícese de la persona que aún no es ciudadana del país de destino al que acude; bien puede estar en tránsito; bien puede quedarse definitivamente en el lugar. Se trata de una persona, de algún modo, extraña aún pero que no representa una amenaza como tal. Si traslada algún ápice de incertidumbre podría ser, incluso, desde una discriminación positiva: una persona que llega para aportar valor a la economía debido a su poder adquisitivo y que, además, traslada esa extrañeza exquisita. Si nos remontamos a la antropología clásica, vendría a ser esa idea de lo exótico que ejerce un anhelo de convivencia por parte de las personas que habitan el lugar al que ese extraño, pero considerado bueno, llega.
De inmigrante, dícese de la persona que decide reubicarse en un país que no es el de su nacimiento. Véase cómo se trata de una persona que migra desde un país para entrar en otro. Como enunciábamos más arriba, el propio término ya implica una acción que puede suponer una intromisión y, por ende, puede ejercer, con más probabilidad, una situación hostil, de rechazo y de alarma social puesto que no representa una condición de interés para la población nacional.
Leyendo sobre la frontera (Le Guin, 1996, p. 27), donde la misma autora se preguntaba, “¿De qué lado estoy, pues?” destacaba esa idea de no lugar de la que hablábamos, un espacio liminar que, sin embargo, es “noticia” cuando llegan los otros: “No estabas seguro de que existieran, hasta el momento en que llegaron”. Le Guin (1996), continuaba:
“Al llegar desde otro mundo, te quitan lo tuyo, lo cambian, lo consumen, lo reducen a propiedad, a mercancía. Y como tu mundo no tiene sentido hasta que lo convierten en el de ellos, cuando vives entre ellos y adoptas sus significados corres el riesgo de perder el sentido que tienes de ti mismo”.
Lo que nos venía a decir Le Guin a continuación es que las fronteras son límites imaginados, sólo existen en la mente. Por ello, debemos ser conscientes de que dicho lenguaje mediático es, precisamente eso, un lenguaje, un constructo social que emerge para comunicar. Nos preocupa qué se comunica y cómo se informa en torno al fenómeno migratorio y su relación con la aporofobia que discrimina y rechaza a las personas por su condición de “hostiles” para la población nacional. De esta manera se convulsionan los principios de justicia, dignidad y bienestar humanos.
Así, si tomamos en cuenta la citada aporofobia, parece que los considerados inmigrantes serían los objetivos de tal rechazo. Sin embargo, en los medios de comunicación, ¿se experimenta también esa fobia por los considerados extranjeros? Sí. Se trata de los foráneos, que siendo de fuera, ya suponen ser diferentes y que también se ven sometidos al hecho de entrar, como el propio significado que conlleva la palabra inmigrante. Este fenómeno migratorio, que supone una intromisión, puede ser también rechazado si el llamado extranjero no dispone un valor adquisitivo medio alto que se adecúa a una supuesta buena convivencia para/con la población nacional. Por tanto, extranjeros e inmigrantes pueden ser equivalentes a nivel terminológico. Empero, merece atender en qué medida se desvelan ciertas diferencias.
Para terminar, la cita del inicio ya demuestra de forma explícita que los inmigrantes que molestan son los que son pobres. En ningún caso se menciona el término extranjero pero sí se toma en consideración la situación de desventaja y de exclusión social como detonante del rechazo social que quiebra la convivencia. Esta pobreza de la que habla Cortina (2017) supone fracturar el juego del “aportar” y “obtener a cambio”. Vivimos en la sociedad del consumo y, por tanto, del intercambio, una relación contractual que no contempla dar sin recibir.
Referencias bibliográficas
Augé, M. 2009. Los no lugares: espacios del anonimato. Antropología de la modernidad. Gedisa.
Cortina, A. 2017. Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Paidós.
Le Guin, U. 1996. ’Which Side Am I on, Anyway?’, en Frontiers: A Journal of Women Studies, Vol. 17, No. 3 (1996), pp. 27-28. University of Nebraska Press.