La cultura del placebo y la delusión colectiva

Cuando Neo (Keanu Reeves) conoce a Morfeo (Lawrence Fishburne) en su iniciación al misterio eleusino [o el ritual que le consigue despertar del letargo eterno de Matrix], su capacidad para dilucidar entre lo real y lo ficticio resulta ser más inoperativa de lo que el propio protagonista de Matrix creía saber. De entre todo lo que anuncia uno de los líderes –Morfeo– de la resistencia en el mundo real, que es dominado por las máquinas, mucho ayuda a desvelar la verdad tras la que viven quienes entienden el universo de las hermanas Wachowski como un mero tecnowestern. Citas como «imagino que ahora mismo debes sentirte como Alicia cayendo en la madriguera», «estás aquí porque sabes algo. Lo que sabes, no puedes explicarlo, pero lo sientes» o «la verdad es que eres un esclavo. Naciste en cautiverio, en una prisión que no puedes oler, saborear o tocar. Una cárcel para tu mente» tambalean tanto al elegido, Neo, como al público que trate de desgranar qué hay más allá de unos efectos especiales que iniciaron la revolución técnica finisecular en la industria fílmica.
Esta breve introducción –hermenéuticamente interpretada desde la ficción– conecta con uno de los conceptos más relevantes del hinduismo: māyā. De las numerosas fuentes de información donde consultar definiciones contrastadas, destaco el artículo escrito por Alejandro Martínez Gallardo por la perspectiva multifocal que propone. Si nos dirigimos al final del texto, recogemos las ideas fundamentales del concepto, que rezan “no aferrarse o adherirse cognitivamente a las apariencias y a los conceptos, o a las formas y los nombres, y mover la atención al contexto mismo que hace que surja el contenido de la experiencia.” Y el gran teatro del mundo –el modo en que Shakespeare y Calderón de la Barca designaron a māyā en Occidente–resulta ser Matrix. Para la era digital en la que vivimos, la presencia de māyā es de obligada reflexión; esta, a su vez, enriquece profundos análisis culturales a través de conceptos afines como lo placebo o la delusión.

En la presente forma, el término placebo es la primera persona del singular del futuro del verbo placēre (gustar, agradar, placer). Según Jesús Gerardo Treviño Rodríguez, el significado se remonta a la época medieval, donde el placebo ocupaba su lugar como “parte del oficio mortuorio”. La figura de la plañidera guarda cierta similitud con la de las personas que, a cambio de dinero, entonaban fuertemente un canto exequial que muchas veces comenzaba con la antífona latina que comenzaba por Placebo Domino in regione vivorum, que puede traducirse al español como “Seré agradable para el Señoren la tierra de los vivos”, del Salmo 116. Como consecuencia de la evolución del significado de la palabra, “cantar un placebo” se usó como “intentar conseguir cosas o algo para agradar”. No fue hasta el auge y aceptación de la ciencia moderna en la sociedad –aproximadamente hacia el siglo XVIII– que placebo fue aplicado en el campo de la medicina para referirse a aquel fármaco que genera bienestar en la persona enferma, aunque el uso de este no sea estrictamente necesario. Más tarde, pasaría directamente a hacer referencia a un reemplazo sin efectos, sin propiedades medicinales, “del mismo modo que en la Edad Media las personas contratadas para los cantos mortuorios suplían o reemplazaban a las familias”.
Esta tendencia a sobreescenificar la relación de uno mismo con el mundo ha trascendido hasta el autoconocimiento y las relaciones interpersonales, dejándonos una suerte de Cultura Placebo: un modelo social y cultural que culmina la genealogía del cambio de paradigma espiritual [de la ilustración a la era digital], y que se caracteriza por quienes discurren por la búsqueda profunda desde la desesperación, ansiedad y esperanza de una restitución de la consciencia y la estructura arquetipal. La placebización de la existencia puede dejarnos cierta sensación de un vivir aséptico, pero a su vez, invoca tímidamente a la curiosidad por no enraizarnos en un estado indefinido de desasosiego. Por el mismo motivo, Neo llega a Morfeo: por una irrefrenable pulsión –valga la redundancia– hacia la búsqueda de la verdad.
Hasta entonces, lo placebo es la ilusión de bienestar, pero el espejismo en el que lo placebo se desenvuelve es la delusión colectiva. Gary Lachman nos viene a decir en Una historia secreta de la consciencia (Atalanta, 2016) que todo lo que no se nos ha contado –por tanto, anulado– ha permitido que descartemos la posibilidad de comprender la[s] realidad[es] en su pleno sentido ontológico. Lo placebo aplicado al individuo se confirma como una de las primeras muestras de anulación de lo [trans]humano. Atravesado en la actualidad violentamente por el neoliberalismo, se convierte —al sujeto— en un cuerpo cuya mente debe ser configurada, y esta configuración se sustenta en el concepto de delusión. Lo intricado aquí es comprender que todas las partes que componen la delusión son correlativas. En otras palabras, quien engaña [dēlūsor] no es libre de ser engañado [dēlūsus], y quien es engañado no es consciente de su propia delusión [delusorius], por lo que es quien engaña también, pero a sí mismo:

Una de las voces fundamentales que impulsan nuevas propuestas, cuyo objetivo es ampliar las teorías del conocimiento con las que comprendemos la realidad, es Bernardo Kastrup. Traerlo a colación permite entender de otro modo conceptos como placebo y delusión, y con más importancia, propone –como hace en su obra ¿Por qué el materialismo es un embuste?– modos alternativos de repensar[nos]:
«Nuestra cultura se ha prendado tan ciegamente de la tecnología que permitimos que la ciencia, con fundamento en un malentendido, quede sobrerrepresentada en nuestra élite intelectual. Las consecuencias dañinas de este error se perciben con creciente intensidad en la cultura, en forma de un paradigma materialista que, aun siendo infundado desintegra todo significado y esperanza de la vida humana. Es hora de que lo corrijamos. Es hora de que entendamos que la física, aunque valiosa y extremadamente importante, sólo modela los elementos del «juego»: hacia dónde disparar, qué muro evitar, etcétera. La verdadera naturaleza subyacente a la realidad —las operaciones internas del ordenador que ejecutan el juego— es una cuestión filosófica. Requiere métodos diferentes para ser valorada y entendida del modo apropiado.»
(Kastrup, 2021, p. 28)
Quizás debamos preguntarnos ahora: ¿en qué medida nuestro día a día se ha placebizado? ¿qué voluntad resta en nuestro ser como para escudriñar la delusión? La virtud del individuo en la era digital se medirá por su capacidad de resistir el arduo proceso de cuestionar lo incuestionable.

Referencias:
Kastrup, B. & Hernández, A. J. R. (2021). ¿Por qué el materialismo es un embuste?: Cómo los verdaderos escépticos saben que no hay muerte y buscan respuestas a la vida, el universo y todas las cosas. Girona: Atalanta.
Lachman, G. & Margelí, I. (2016). Una historia secreta de la consciencia. Girona: Atalanta.