Don Alonso Quijano, el lector

Esta publicación recoge el momento, auroral y memorable, en que Don Alonso Quijano sueña con ser Don Quijote. Como dice un poema de Borges, “El hidalgo fue un sueño de Cervantes, y Don Quijote un sueño del hidalgo». Estamos, pues, ante un doble juego de sombras, multiplicado por la sombra del propio Cervantes.
La antología “Don Alonso Quijano, El lector” (accesible al final del artículo), es un homenaje a la lectura, al hecho transformador y mágico que sucede cuando alguien se encierra en su biblioteca y lee. Contaba -de nuevo Borges- «para mí, la biblioteca es un gabinete mágico, lleno de espíritus hechizados, a los que puedo convocar». Esas magias de la lectura tienen un referente arquetípico en ese momento preciso en que don Alonso Quijano, como cuenta Cervantes, «se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo».
La lectura difumina las fronteras de lo real, y abre horizontes nuevos e ilimitados en la mente del lector. Uno de los ejemplos más altos es la metamorfosis de Don Alonso Quijano en Don Quijote.
¡Honores, pues, a Don Alonso Quijano, el lector!


El acto del libro, por Jorge Luis Borges
Entre los libros de la biblioteca había uno, escrito en lengua arábiga, que un soldado adquirió por unas monedas en el Alcana de Toledo y que los orientalistas ignoran, salvo en la versión castellana. Ese libro era mágico y registraba de forma profética los hechos y palabras de un hombre desde la edad de cincuenta años hasta el día de su muerte, que ocurriría en 1614.
Nadie dará con aquel libro, que pereció en la famosa conflagración que ordenaron un cura y un barbero, amigo personal del soldado, como se lee en el sexto capítulo.
El hombre tuvo el libro en las manos y no lo leyó nunca, pero cumplió minuciosamente el destino que había soñado el árabe y seguirá cumpliéndolo siempre, porque su aventura ya es parte de la larga memoria de los pueblos.
¿Acaso es más extraña esta fantasía que la predestinación del Islam que postula un Dios, o que el libre albedrío, que nos da la terrible potestad de elegir el infierno?
Jorge Luis Borges


Delirio del quijote, por Círa Andrés
No eran de viento los molinos, Sancho,
sino de tiempo.
Ha sido desigual la pelea, tan difícil.
Las aspas giraban hacia arriba, indiferentes,
y yo minúsculo abajo, en su sombra.
Eran de tiempo, Sancho, grandes
conos erguidos y en la cima un remolino indescrifrable.
Hubiera podido ganar la batalla
pero equivoqué las armas
y ahora me hundo.
Déjame ver tu cara
que perderé también, y arriba
busca sólo el sol,
porque no hay molinos de viento,
Sancho.
Círa Andrés


Acceso al libro completo en Internet Archive: Don alonso Quijano, el lector.