Somos la mente. Reflexiones budistas modernas sobre la ausencia del “yo”.

Entre los conceptos del budismo, uno que más interés ha generado en Occidente ha sido el de anattā, traducido con frecuencia por “ausencia del yo”, o “no-yo”. Este concepto plantea que no se puede encontrar una identidad esencial ni inmutable en ningún fenómeno. La impermanencia es, pues, uno de los conceptos budistas con mayor interés en Occidente.
A continuación, seleccionamos algunos fragmentos del libro “Somos la mente” de M. Teera, un monje tailandés cuyas enseñanzas se centran en este concepto. Aunque este budismo más secular esté centrado en las posibilidades de la psicología humana, creo que sus ideas presentan un interés general para un público tanto tailandés como internacional. Además, este tipo de ideas derivan directamente de una de las escrituras más leídas del budismo: el Dhammapada, el cual, empieza así:
“La mente precede a los pensamientos y a todos los estados, la mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente, si uno habla o actúa con una mente impura, entonces el sufrimiento lo seguirá como una rueda sigue la pezuña del buey”.
No obstante, el budismo sobrepasa cualquier categorización: es una inmensa pluralidad de formas de comprender el mundo y de prácticas dispares, cuando no, incompatibles. El budismo no es lo que Buda enseñó, sino las múltiples tradiciones dinámicas originadas de sus enseñanzas durante veinticinco siglos, una expansión geográfica y una síntesis de culturas que no tiene quizá parangón en la historia premoderna. Puedes acceder al libro íntegro en español al final del artículo. (Nota del editor: R. Carrera).
Creemos que la voz, los pensamientos, los sentimientos y las emociones nos identifican como persona; pero, en realidad, son meras apariencias fugaces, que surgen y desaparecen por sí solas. Una ilusión nacida del apego al cuerpo y de las creaciones de la mente. Si lo elimináramos todo —cuerpo, voz, pensamientos, emociones, incluso la percepción—, lo que quedaría sería pura consciencia, una conciencia pura y silenciosa que siempre ha estado observando en silencio. En este sentido, el cuerpo es simplemente un recipiente temporal donde habita la mente. Nuestra verdadera mente es el elemento vital. No tiene género ni forma. No nace ni muere. Es la fuente elemental de todas las cosas: el elemento de la vacuidad.
La mente se aferra a la creencia de que «este soy yo», y así se convierte en quien debe cargar con el peso del envejecimiento, la enfermedad y la muerte sin fin. Incluso el sufrimiento que experimentamos surge de este mismo apego: confundir lo ajeno con el yo.
La voz en la mente —la que creemos que nos identifica como «yo»— en realidad es sólo una corriente de energía mental, un torrente de pensamiento inventado. Surge por sí sola, habla por sí sola, se interpreta por sí sola y nos engaña haciéndonos creer que somos nosotros.
Cuando se hace evidente que la voz interior no eres tú, que las imágenes mentales y las emociones surgen por sí solas, e incluso la comprensión misma carece de causa, la mente empieza a soltar el apego de forma natural. No porque se haya visto obligada, sino porque comprende con tanta profundidad que ya no quiere aferrarse.
Voces internas, pensamientos y emociones: todo surge y desaparece por sí solo. La mente parece usar estos elementos mentales para aprender, y cuando vemos claramente que «nada nos pertenece realmente», comenzamos a conectar con la realidad del no-yo.
La voz interior es la creadora del sufrimiento
La voz interior, los pensamientos, las emociones, incluso la comprensión misma, son meras apariencias pasajeras que surgen y se disuelven por sí solas. Cuando la mente empieza a ver esto directamente, el soltar, el dejarlo ir, ocurre de forma natural. Y de esa liberación empieza a surgir una ligereza suave y sin esfuerzo.
No es sorprendente entonces que crezcamos con la profunda confusión de que somos seres humanos, con un nombre, un género, un rol. Desde la infancia, nadie nos enseñó que no somos nuestros pensamientos, ni nuestras emociones, ni la voz de la mente. En realidad, nunca hemos sido humanos. Nunca nacimos de verdad. Todos nos enseñaron a aferrarnos, tanto a la forma como a la mentalidad.
Los pensamientos y el apego son las causas mismas del sufrimiento. Cuando empezamos notar ver que la voz pensante no es nuestra, que las emociones surgen y se desvanecen por sí solas, que esta voz interior es la que construye el yo, empezamos a dejarlos ir.
El no-yo aparece cuando la mente comienza a desapegarse de la voz mental, de tus pensamientos de las emociones, e incluso de la comprensión. Lo que queda es un vacío claro que no se aferra a nada.
La liberación no se encuentra en las horas que se medita, ni en cánticos o rituales, ni siquiera en una fe inquebrantable. Surge en la visión más simple: que todo surge y desaparece por sí solo. No hay necesidad de convertirse en nada. Simplemente ver lo que ya está aquí, en el momento presente.
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