Dalái lama, una vida extraordinaria: India y el camino al exilio

La primera visita de S.S. el XIV Dalái Lama a India tuvo lugar en 1956. Tras su regreso de China, recibió una invitación de la Mahabodhi Society para asistir a las celebraciones por el 2500 aniversario del nacimiento del Buda. Aceptó la invitación, sabiendo que aquel viaje podía ofrecerle algo más que un respiro diplomático: una oportunidad para buscar consejo en medio de la situación cada vez más insostenible que estaba teniendo lugar en el Tíbet.
S.S. el XIV Dalái Lama en India, 1956-57
En Delhi, visitó el Rajghat, el lugar donde fue incinerado Mahatma Gandhi, y pudo entrevistarse con Nehru. Le habló con franqueza sobre la ocupación progresiva del ejército chino en el Tíbet y cómo estaban destruyendo la religión tibetana, para así terminar con la vinculación histórica con la India. Nehru escuchó con atención y comprensión, pero reconoció que no podía intervenir directamente. No obstante, le prometió que transmitiría su preocupación al primer ministro chino Zhou Enlai, quien llegaría a la India al día siguiente. El encuentro entre el Dalái Lama y Zhou Enlai fue tenso, pero civil. Zhou admitió que algunos errores podían estar siendo cometidos por funcionarios locales, y prometió la retirada gradual de tropas, “tan pronto como el Tíbet fuera capaz de dirigir sus propios asuntos” (Dalái Lama, 1962:139).

Tras estos encuentros diplomáticos, S.S. el XIV Dalái Lama realizó varias visitas a Sanchi, Ajanta, Varanasi, Sarnath, y Bodh Gaya –el lugar donde se iluminó el Buda–. Fue allí donde experimentó una maravillosa conmoción espiritual: “una sensación de religioso fervor llenó mi corazón, y quedé maravillado con la comprensión de la fuerza del poder divino que reside en todos nosotros” (1962:140).
Aun así, su estancia en India pronto se vio interrumpida por mensajes urgentes de mensajeros y de Zhou Enlai, quien le comunicó que la situación en Lhasa era cada vez peor y que debía volver de inmediato. Antes de partir, visitó la comunidad tibetana de Kalimpong, donde se habían refugiado muchos compatriotas que huían del control comunista. Allí, entre ruegos y preocupación, le suplicaron que no regresara al Tíbet, que se quedara en India, pues la situación era demasiado peligrosa. Pero Su Santidad aún mantenía la esperanza de una solución pacífica y creía firmemente en la posibilidad de una reconciliación sin violencia y decidió volver a Lhasa.

Insurrección en Lhasa, 1959
A la vuelta, los tibetanos estaban cada vez más dispuestos a una revuelta violenta. El Dalái Lama trató de razonar con los representantes políticos chinos en la zona, pero sus respuestas eran evasivas y repetitivas: “lo que me dijeron apenas parecía tener relación alguna con cuanto estaba aconteciendo. Siempre que me entrevistaba con ellos, me repetían las mismas seguridades que ya me había dado Zhou Enlai en India; que en el Tíbet no se llevarían a efecto cambios drásticos en un plazo cuando menos de seis años, y que aun cuando transcurrido este tiempo, no se forzaría al país a aceptarlos” (1962:151). No todos los cuadros políticos eran intransigentes. Algunos, incluso, llegaron a simpatizar con el Gobierno tibetano y acabaron uniéndose al exilio en India.
Tras el temor de una detención en masa de los khampas –guerreros tibetanos fuertes y decididos de las montañas– éstos huyeron de Lhasa hacia las montañas, se levantaron contra el ejército chino e iniciaron una guerra de guerrillas. Como la resistencia de los khampas era formidable, los militares chinos decidieron empezar a bombardear templos y aldeas enteras en busca de su rendición. Los militares chinos le pidieron al ejército del Tíbet que colaborara para forzar la rendición de los khampas. El Gobierno del Tíbet se negó a colaborar. Para S.S. el XIV Dalái Lama los khampas eran “admirables guerreros, eran hombres y mujeres valientes que ponían en peligro sus vidas y las de sus hijos para salvar su país y su religión” (1962:150). La negación a colaborar condujo a una mayor distancia entre el gobierno del Tíbet y el de China. A comienzos de marzo, S.S. el XIV Dalái Lama realizó los exámenes finales de Geshe Lharampa. El examen consistía en un debate dialéctico ante un amplio público de monjes y lamas. Aquel acto de enorme relevancia espiritual fue súbitamente interrumpido: dos oficiales chinos irrumpieron en el templo —saltándose todo protocolo— con una invitación para asistir a una representación teatral en el campamento militar.
El nueve de marzo el comandante chino Fu, enfadado, entró en los aposentos del Dalái Lama exigiendo las condiciones del encuentro teatral: “no hará ustedes ninguna de las ceremonias que acostumbran a hacer. Y al Dalái Lama no le acompañará ningún hombre armado, como cuando asiste al Comité Preparatorio. Ningún soldado tibetano traspasará el puente de piedra. Si insiste usted en esto, le puedo permitir dos o tres soldados de la guardia, pero está decidido que no lleven armas […] y todo además ha de ser guardado en el más riguroso secreto” (1962:157-158). Sin duda, algo muy extraño estaban planeando en ese campamento. La noticia se difundió por toda Lhasa y en el acto corrió el rumor de que planeaban secuestrarlo. El pueblo de Lhasa se propuso impedir su visita a tal evento “todos sabían que en las provincias del Este varios altos lamas habían sido invitados por comandantes chinos a fiestas de las cuales jamás regresaron” (1962:180). El engaño se había vuelto una “tradición” de la nueva china.
A la mañana del diez de marzo, unas 30.000 personas de Lhasa salieron a las calles protestando contra la ocupación china y rodearon el Palacio de Norbulingka donde se encontraba el Dalái Lama. La gente estaba tan decidida a proteger al Dalái Lama que era peligroso hasta salir. De hecho, dos de los funcionarios del Dalái lama fueron confundidos con generales chinos, uno murió apedreado, el otro acabó inconsciente. “Esta explosión de violencia me produjo una gran contrariedad” (1962:164). Llamó al campamento chino y le comunicó al general que no sería posible acudir al evento, y que no se acercaran al palacio considerando las circunstancias. “Tenía la impresión de hallarme entre dos volcanes, ambos a punto de estallar. De una parte, la vehemente inequívoca y unánime protesta del pueblo contra el régimen chino; del otro, la potencia armada de una fuerza de ocupación poderosa y agresiva. El pueblo de Lhasa sería asesinado en masa por millares y, con el resto del Tíbet, caería bajo un Gobierno netamente militar, con toda la secuela de persecuciones y de tiranías […] mi obligación moral más inmediata era la de evitar un choque desastroso entre mi pueblo desarmado y el ejército chino” (1962:165-170). Por la tarde, se acercó el general chino en cólera al palacio. Acusó al Gobierno tibetano de haber preparado deliberadamente el levantamiento. Amenazó e insultó a los ministros. Desde entonces, en países con minorías tibetanas se celebra cada 10 de marzo el Día del Levantamiento Tibetano con el nombre de “Uprising day”.
Al día siguiente seguían alrededor del palacio, armados con palos, azadones y cuchillos, además de los guerreros khampas con fusiles. Todos impidiendo que los ministros entraran en él, ya que el pueblo quería evitar cualquier acuerdo con los chinos en lugar de su expulsión inmediata del Tíbet.
El 17 de marzo llegaron los rumores de que los chinos se estaban preparando para destruir el palacio. Un hombre informó de que cuatro cañones de montaña y veintiocho ametralladoras pesadas habían sido transportadas a Lhasa. El Dalái Lama, desesperado, escribió una carta al general chino ofreciendo su vida a cambio de evitar la masacre. Pero a las cuatro de la tarde, los cañones dispararon al aire. Bajo una enorme presión y angustia, esta situación de conflicto llega a un límite en que tras conocer el peligro decide emprender el camino al exilio intentando evitar más sufrimientos y matanzas al pueblo tibetano.
Camino al exilio, 1959
En la noche del 18 de marzo, disfrazado de soldado chino, S.S. el XIV Dalái Lama atravesó las puertas de la ciudad en camino al sur. “pude distinguir confusamente en las tinieblas grupos de mi pueblo que seguían vigilando, pero ninguno se fijo en aquél humilde soldado y avancé, sin que me dieran el alto, hacia la carretera en sombras” (1962:182).
El camino que tuvieron que tomar no pudo ser el que comúnmente unía a Lhasa desde el sur, ya que ese estaría siendo vigilado por el ejército chino. En su lugar, el camino fue una sucesión de montañas pedregosas a lomos de caballos. Al salir de la ciudad y a orillas de un río, les esperaban algunos miembros de su familia, ministros y treinta guerreros khampas, con quienes se intercambiaron los atuendos. Por suerte, los khampas eran guerreros que conocían bien los posibles caminos de las montañas. Los siguientes días fueron Jornadas de hasta 18 horas a caballo. A lo largo de las jornadas, se fueron uniendo más personas al Dalái Lama, 400 soldados y guerrilleros khampas llegaron a escoltarlos.

La intención de S.S. el XIV Dalái Lama no era cruzar la frontera india. Aún albergaba la esperanza —incluso tras el levantamiento— de poder establecerse en el sur del Tíbet, negociar con las autoridades chinas y evitar un conflicto sangriento. Todavía creía en el poder del diálogo. Pero esa esperanza se extinguió en la ciudad de Chenye, al quinto día de travesía. Un jinete se acercó al campamento: era Tsepon Namseling, uno de los funcionarios que se había unido a los guerreros Khampas. Tsepon traía una devastadora noticia: apenas dos días después de la huida del Dalái Lama, el ejército chino había arrasado Lhasa: bombardearon barrios enteros, los templos fueron destruidos, y miles de monjes asesinados. “Dentro y fuera de Norbulingka podían verse miles y miles de cadáveres. Allí algunos de los edificios más importantes quedaron materialmente destruidos […] en la ciudad las casas habían sido destruidas incendiadas […] uno de los colegios médicos tibetanos quedó enteramente arrasado […] Norbulingka quedó convertido en un montón de ruinas humeantes repletas de cadáveres” (1962:190-191). Tras esta destrucción, los militares chinos examinaron los cuerpos de los monjes, intentando identificar al Dalái Lama entre los cadáveres. En ese momento, S.S. el XIV Dalái Lama comprendió que el camino para salvar al pueblo tibetano era dejar su patria y solicitar asilo al Gobierno de India.
“Donde quiera que tratáramos de instalarnos en las montañas, los chinos nos encontrarían, y que mi presencia allí sólo podía llevar, a fin de cuentas, a más luchas y a mayor mortandad de hombres valerosos que tratarían de defenderme” (1962:197). Poco después, se conoció que el Gobierno chino había disuelto oficialmente el Gobierno del Tíbet. Como respuesta, el Dalái Lama dirigió una ceremonia religiosa en el exilio, consagrando simbólicamente un nuevo gobierno provisional tibetano. La India, tras recibir la petición, aceptó concederle asilo político.

En los últimos días de marcha, S.S. el XIV Dalái Lama comenzó a desfallecer. El cansancio, la tensión y la falta de alimentos hicieron estragos. Incapaz de mantenerse a caballo, sus compañeros le ayudaron a recostarse sobre el lomo de un dzo, un cruce entre yak y vaca, y así llegó, tumbado y agotado, hasta la frontera con la India. Allí, se despidió de los guerreros Khampas que le habían acompañado durante todo el camino. La mayoría deseaban volver para defender el Tíbet de la invasión. Desgraciadamente, acabarían muriendo resistiendo al ejército chino.
El exilio del XIV Dalái Lama en India se inició el 31 de marzo de 1959. De sus noventa años de vida, más de dos tercios se han desarrollado en el exilio. Si el Dalái Lama no hubiera escapado aquella noche, miles de tibetanos habrían perdido la vida a manos del ejército chino. De esta manera, el exilio del Dalái Lama ha motivado a muchos tibetanos a seguir sus pasos.
Referencias:
S.S. Dalái Lama (1962) Mi vida y mi pueblo: la tragedia del Tíbet. Ed Noguer, S.A.