Roberto Juarroz: 14 asedios a la palabra

El poeta argentino Roberto Juarroz (1925-1995) fue un destacado bibliotecólogo preocupado por la propia impostura de las clasificaciones verbales como expresa en numerosos poemas.
Juarroz publicó toda su obra poética bajo el título repetido y continuo de poesía vertical, existiendo 14 entregas bajo el mismo título. Estos libros escritos entre 1958 y 1994 contienen reflexiones variadas sobre el carácter irreal de la realidad, sobre el concepto del vacío y sobre el sentido de la palabra. La selección de poemas que figura a continuación propone 14 asedios a la palabra en un intento de liberar a ésta del secuestro de la razón, en un afán por desmontar el discurso, por desbautizar el mundo, y acercarnos así al revés de la trama.
Primera poesía vertical, 13
Hay palabras que no decimos
y que ponemos sin decirlas en las cosas.
Y las cosas las guardan,
y un día nos contestan con ellas
y nos salvan el mundo,
como un amor secreto
en cuyos dos extremos
hay una sola entrada.
¿No habrá. alguna palabra
de esas que no decimos
que hayamos colocado
sin querer en la nada?
Tercera poesía vertical, 17
Detener la palabra
un segundo antes del labio,
un segundo antes de la voracidad compartida,
un segundo antes del corazón del otro,
para que haya por lo menos un pájaro
que puede prescindir de todo nido.
El destino es de aire.
Las brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero la ausencia necesita otros
para que las cosas sean
su destino de aire.
La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.
Cuarta poesía vertical, 46
Las palabras son pequeñas palancas,
pero no hemos encontrado todavía su punto de apoyo.
Las apoyamos unas en otras
y el edificio cede.
Las apoyamos en el rostro del pensamiento
y las devora su máscara.
Las apoyamos en el río del amor
y se van con el río.
Y seguimos buscando su suma
en una sola palanca,
pero sin saber qué queremos levantar,
si la vida o la muerte,
si el hecho mismo de hablar
o el círculo cerrado de ser hombres.
Sexta poesía vertical, 5
Hago un pozo
para buscar una palabra enterrada.
Si la encuentro,
la palabra cerrará el pozo.
Si no la encuentro,
el pozo quedará abierto para siempre en mi voz.
La búsqueda de lo enterrado
supone adoptar los vacíos que fracasan.
Sexta poesía vertical, 8
El fruto es el resumen del árbol,
el pájaro es el resumen del aire,
la sangre es el resumen del hombre,
el ser es el resumen de la nada.
La metafísica del viento
se notifica de todos los resúmenes
y del túnel que excavan las palabras
por debajo de todos los resúmenes.
Porque la palabra no es el grito,
sino recibimiento o despedida.
La palabra es el resumen del silencio,
del silencio, que es resumen de todo.
Sexta poesía vertical, 31
El material con que se construyen las palabras
y la argamasa que lo une
me han ido enseñando poco a poco
un ritmo secreto y solitario.
He aprendido así que toda construcción es una música
y que toda música está hecha de miradas.
La mirada de una palabra es su sentido,
entre los párpados temblorosos de una pérdida.
Porque no somos nosotros los que miramos las palabras:
son ellas las que nos miran a nosotros
y quizá también más allá de nosotros,
parpadeando con un ritmo secreto y solitario.
Tal vez mañana encuentre una palabra
que ya no mire hacia ninguna parte
y que tampoco parpadee.
Una palabra que se deje mirar.
Séptima poesía vertical, 113
Mientras tanto voy haciendo mi palabra,
la que nunca he encontrado
entre todas las cosas perdidas que recojo.
Voy haciendo mi palabra como un sueño
que se fabrica una voz,
como un pájaro que se lleva su nido,
como una sombra que se estrecha a su cuerpo
para que la noche ya no los separe.
Voy haciendo mi palabra
para tener donde callar,
cuando se seque el río que ahora corre
como una falsa garantía entre mis labios.
(a Laura, otra vez)

Octava poesía vertical, 58
Decir una palabra excluye a todas las otras,
abrir un libro cierra todos los demás,
pensar una sola cosa desequilibra al mundo,
amar a alguien es el mayor olvido.
El ejercicio puntual de una sola vida
no podrá tener sentido nunca.
Queda sólo encontrar el plural.
Undécima poesía vertical, 1-3
Una escritura que soporte la intemperie,
que se pueda leer bajo el sol o la lluvia,
bajo el grito o la noche,
bajo el tiempo desnudo.
Una escritura que soporte lo infinito,
las grietas que se reparten como el polen,
la lectura sin piedad de los dioses,
la lectura iletrada del desierto.
Una escritura que resista
la intemperie total.
Una escritura que se pueda leer
hasta en la muerte.
Undécima poesía vertical, 4-7
Toda nomenclatura es triste.
Huele a campos tapiados,
a cadenas de lúgubres adioses,
a pisadas que aplastan,
a papeles manchados,
a descarnadas corrosiones.
Aunque se enumeraran ángeles,
aunque se encolumnaran rosas,
aunque se indizaran amores.
Toda nomenclatura traba
la azul enredadera
cuyos brotes demuestran
que el silencio es un verbo.
Toda nomenclatura atrasa
el reloj sin cuadrante
del ritmo que es la vida.
Duodécima poesía vertical, 1
Sacar la palabra del lugar de la palabra
y ponerla en el sitio de aquello que no habla:
los tiempos agotados,
las esperas sin nombre,
las armonías que nunca se consuman,
las vigencias desdeñadas,
las corrientes en suspenso.
Lograr que la palabra adopte
el licor olvidado
de lo que no es palabra,
sino expectante mutismo
al borde del silencio,
en el contorno de la rosa,
en el atrás sin sueño de los pájaros,
en la sombra casi hueca del hombre.
Y así sumado el mundo,
abrir el espacio novísimo
donde la palabra no sea simplemente
un signo para hablar
sino también para callar,
canal puro del ser,
forma para decir o no decir,
con el sentido a cuestas
como un dios a la espalda.
Quizá el revés de un dios,
quizá su negativo.
O tal vez su modelo.
Decimotercera poesía vertical, 3
No sabemos jugar en el ser.
Según los viejos textos,
quien aprende a jugar en el ser
no habla ya de nada más:
sólo juega en silencio.
Pero a veces el silencio cambia el juego
y forma una palabra en el abismo.
Entonces la palabra se vuelve
otro juego en el ser.
Decimocuarta poesía vertical, 34
Escribir un poema sobre nada,
donde puedan flotar todas las transparencias,
lo que no conoció nunca la condena del ser,
lo que ya la abandonó,
lo que está por empezar
y tal vez nunca empiece.
Y escribirlo con nada o casi nada,
con la sombra de las palabras,
los espacios olvidados,
un ritmo que apenas se destaca del silencio
y un silencio acotado en un punto
por detrás de la vida.
Un poema sobre nada y con nada.
Quizá todos los poemas,
pasados, futuros o imposibles,
puedan caber en él,
por lo menos un instante cada uno
como si descansaran en su forma,
en su forma o su nada.
Decimocuarta poesía vertical, 99
Olvidar una letra
al escribir una palabra
es abrir una puerta
donde no había ninguna.
Y aunque es fácil tapiarla,
el lugar donde hubo una puerta
ya nunca será el mismo
y adentro de la palabra
seguirá pasando una ráfaga de sentido olvidado.
Una omisión, el error,
crea a veces una brecha
en el rotundo muro
que domestica a la mirada.