Vetusta Morla y la banda sonora de nuestras vidas
La vida tiene sus rimas internas, y una de las más evidentes es la que música que vamos escuchando. Lo que algunos llaman la banda sonora de nuestras vidas. Escucho una canción obsesivamente en 2010, regreso a ella quince años después y, de repente, todo regresa: aquellos proyectos, aquellos parajes, aquellas compañías; el perfume de aquel tiempo. La vida rima.
Además de individuales, estas nostalgias pueden ser tribales. Lo que algunos llaman la banda sonora de una generación. Muchos salieron, se divirtieron, y, como resultado, en ellos la nostalgia generacional coincide estrechamente con la individual. Otros somos más acaracolados y no tenemos mucho que decir al respecto: nuestra memoria sentimental se ubica, más que en la época vivida, en el San Francisco de finales de los sesenta, en el Londres bohemio de principios de los setenta, en la pedagógica base militar de Rota, en el Saigón previo a la Reunificación de Vietnam… Enclaves todos prenatales, todos semiliterarios, semifabulados. Hoy, claro, muchos de los protagonistas muertos, y nosotros con dolor de piernas.
Nacido, pues, viejoven, los años del indie me encontraron siendo un pink floyd que escribía la historia del rock de sus mayores y, por el camino, se perdió saltar con el sonido granaíno, se perdió sudar con electroclash, se perdió fumetear con los Arctic Monkeys… se perdió perderse en la mala vida marca Planetas. El gran Carlos Domínguez Rico, introductor nuestro en Smash y otras cosas de viejóvenes, nos confesaba que incluso él recuerda haber asistido a «los conciertos de Vetusta», imagino que no a solas, en aquellos años en los que forjamos amistad. ¡Calladito se lo tenía! El mismo Carlos que en marzo de este año compartía una selección de El País titulada «Los 50 mejores discos españoles del último medio siglo», donde servidor constataba su gran laguna: precisamente, la música que, por generación, círculos y ambientes, le hubiera «tocado». Los Planetas ascendían al número 11 de la lista (Una semana en el motor de un autobús) y uno de los pocos debuts incluidos era Un día en el mundo, de Vetusta Morla (38).
¿Habría algo calculado en esta ignorancia? Curiosos de la fusión flamenca, es raro que hasta 2025 no entrara en nuestro radar el álbum que Los Planetas pomposamente titularon La leyenda del espacio. Y hasta 2025, «Pucho» no manejábamos más que uno, el otro madrileñito al que ahora llamamos Pucho junior. Hay cosas que, lo que es fácilmente, no pueden explicarse.
Y, sin embargo, al pinchar Un día en el mundo (título también pomposo en potencia, si se consideran los Beatles), sucede algo misterioso: una especie de nostalgia de cosas no vividas, invocada por cosas no escuchadas. Puede ser el efecto subliminal de sí haberlo escuchado por el rabillo del oído; puede ser que fuera una de las llaves de esa época que viví y no entendí. La producción del álbum es la que es: autoproducido, entre la orquesta y el puntito low-fi, con ecos del débil eco de Jota de Los Planetas, capaz de rebajar la voz en la mezcla a la altura del requiebro de una silla. Pensábamos hacia 2010 que el rock español haría bien en tirar por el palo Radiohead, aunque fueran el primer Radiohead o el segundo, y descubre en 2025 que había tirado. Pensábamos que, en sus 16 minutos, el popurrí de Abbey Road podía proveernos de más nociones musicales y líricas que esa música para la segunda cita que nos llegaba bajo el nombre de indie británico… y aquí tenemos un sonoro tributo al «Rey sol». Al puzle musical que conocíamos le faltaba al menos una pieza, un puzle que, desafortunadamente, encaja en uno mayor, que es el de la propia vida.
Digo «desafortunadamente» porque uno no sabe qué hacer con este fragmento de cuasivida desprendido. Ese agujero hacia los días en los que sólo se hablaba del indie, la crisis y Marta del Castillo. Uno se preguntaba por la razón de aquel fervor y ahora, metiéndose en el pellejo de la época, divisa mejor sus contornos. El debut (especie de grandes éxitos de una banda con años de carretera) es evocador y los recodos de la cándida música traen «recuerdos» de lo que hubiera sido la propia vida con Vetusta en ella; la propia vida con un grado más de comprensión del tiempo, la sociedad, las situaciones y uno mismo. Una vida donde el autor, en lugar de vivir firmemente de espaldas al indie, lo hubiera incorporado a su mp3 plateado, lo paseara por parques y calles, se hubiera dejado ver por aquellos festivales cuyos nombres ni siquiera conoce… Llegan recuerdos, o ensueños, o vislumbres de una dimensión paralela donde otro Óscar vive, en otro 2010, esa vida… Poco importa: la vida está estructurada de modo que rima, no es prosa, y, por su propia estructura, no nos deja más opción que ver volver, y revolver, y revolver.
Foto: Integrantes de Vetusta Morla en torno a 2008.