Tibetanos en el exilio. Notas de viaje

Desde la década de 1960, más de 200.000 tibetanos han huido hacia Nepal o India en busca de refugio frente a la represión china. Según datos de ACNUR, todavía hoy alrededor de 3.000 nuevos refugiados tibetanos cruzan cada año la frontera para escapar de la persecución. En estos países, además de la ciudad de Dharamshala —sede actual del gobierno tibetano en el exilio—, se han establecido campamentos permanentes y temporales para acogerlos.
Durante mi visita a la India y Nepal tuve la oportunidad de recorrer varios de estos asentamientos y de conocer distintos entornos tibetanos en el exilio. A continuación, comparto en primera persona algunos testimonios que recogí sobre la vida de tibetanos en el exilio.
Vendedor tibetano en Pokhara
En una zona turística de Pokhara, conocí a un vendedor tibetano. Me contó que su padre fue quien migró desde el Tíbet a Nepal, trayendo consigo algunos artefactos tradicionales con la esperanza de venderlos en Nepal. Fue en Nepal donde él nació, aunque nunca obtuvo la ciudadanía debido a la condición de refugiado de su padre.

Los descendientes de refugiados tibetanos no pueden obtener la nacionalidad nepalí, lo que reduce de forma drástica sus posibilidades de vida. El gobierno les permite únicamente ejercer ciertos oficios, como la venta de artesanías tibetanas como pulseras o cuencos tibetanos. Él estaba obligado a dedicarse a esa actividad, aunque su verdadero deseo era ser pintor. Aún conservaba algunos objetos de metal que su padre trajo consigo desde el Tíbet.

Prefería no recordar ni su propio pasado ni el de su padre, pues ambos le resultaban amargos. Me las contó porque vio en mí un interés inusual por la cuestión tibetana. También me comentó que se enamoró de una nepalí, pero que el estigma de refugiado impidió el matrimonio. “al final, estamos destinados a casarnos entre nosotros, hasta que cada vez seamos menos y desaparezcamos”.
Su rostro, curtido por el sol y los años, mostraba una mezcla de serenidad y resignación. Pero cuando cuando reía, sus ojos brillaban brevemente entre los pliegues de su piel y me recordaba a un simpático Budai.
Casa de una Mujer y su familia en el campo de refugiados Lodrik Paljorling, Pokhara

Una mujer del refugio me invitó amablemente a pasar a su casa. Era época del Losar (ལོ་གསར), el año nuevo tibetano, y me recibió con té tibetano salado de mantequilla de yak y unas pastas especiales preparadas para la ocasión. Sonreía todo el tiempo, con una calidez que trascendía las barreras del idioma. Nuestras ganas de comunicarnos superaban con creces nuestra limitada capacidad para hacerlo.

Su hogar consistía en una única sala que hacía de cocina, comedor, dormitorio y sala de estar. Cada rincón estaba repleto de objetos personales: una estantería angosta se amontonaban desde sutras tibetanos hasta cacerolas; sobre la mesa descansaban varios termos de té, una caja de especias y un bote de salsa verde; junto a la pared, un recipiente con ceniza se situaba bajo el televisor, y sobre este colgaba un retrato del actual Dalái Lama.

Ella vivía con su marido y su hermano, aunque solo disponían de dos camas estrechas. Cuando le pregunté cómo hacían para dormir, me respondió que ella dormía en el suelo. Tras un rato de conversación, encendió la televisión y comenzó a hacer pulseras. Poco después llegó su hermano, que se sentó tranquilamente en su cama y empezó a leer sutras tibetanos en voz baja.
El campamento constaba de una hilera de este tipo de casas, una estupa, y un monasterio en cuyo alrededor pastaban ovejas tibetanas.

Celebración del Losar en el monasterio de Shree Gaden Dhargay Ling, Pokhara
Como parte de la celebración del Losar, visité otro campo de refugiados tibetanos mucho más al sur de Pokhara, donde se estaba realizando unas oraciones para el Dalái Lama. Hombres y mujeres portaban malas y molinillos de oración, mientras en el interior del monasterio principal los monjes gelukpa recitaban sutras en voz alta sentados pero moviéndose hacia los laterales.


Me ofrecieron nuevamente té tibetano y pasteles. Al finalizar, un monje se acercó para conversar sobre el Losar y las esculturas de mantequilla que él mismo, junto con otros monjes, había elaborado para la festividad.

El barrio tibetano de Delhi, Majnu ka tilla
Tras el caos sonoro y el tráfico sofocante de una de las grandes avenidas de Delhi, un estrecho pasadizo me condujo a un pequeño universo tibetano. Apenas cruzado el umbral invisible que marcaban sus primeras tiendas, el ruido se atenuaba sorprendentemente. Era un lugar que, pese a su reducido tamaño, condensaba la sensación de refugio cultural: un espacio donde la identidad tibetana se mantenía viva no solo como herencia, sino como vida cotidiana.
Las calles tenían cierta afluencia turística e incluso poseía de una agradable plaza donde se alzaban dos templos tibetanos. Varias cosas me llamaron la atención: todos los carteles publicitarios tenían relación con la identidad tibetana. Todo era público y notorio: conferencias, manifestaciones, exhibiciones… la actividad cultural del barrio era bastante envidiable. Todos los carteles en las calles estaban en inglés y tibetano. El barrio estaba lleno de cafés y restaurantes tibetanos, había sitios para transferir dinero al Tíbet y otras tiendas como librerías o de artesanías tibetanas, incluso había un puesto callejero de lapings tibetanos.
En general el barrio reflejaba cómo se conserva la identidad tibetana dentro de un atractivo barrio de la capital de India.
Centros de refugiados temporales en Junagadh y Ahmedabad
En Junagadh y Ahmedabad, ciudades del estado indio de Gujarat, la dinámica era distinta: los centros funcionaban de manera temporal, abriendo en invierno y cerrando en verano. ¿A dónde irían los refugiados tibetanos en verano? Probablemente a climas más fríos como Himachal Pradesh. Estos desplazamientos estacionales mantienen a la comunidad tibetana en un constante movimiento.
Tanto en Junagadh como en Ahmedabad el tipo de productos que ofrecen no está relacionado con las artesanías tibetanas, como pasaba en Nepal. En estos casos, había un mercado de ropa dentro de los campos de refugiados. Esto se debe a que el perfil de comprador objetivo es completamente diferente al de las zonas turísticas de India o Nepal. Recuerdo una tibetana de más de noventa años cuya presencia imponía respeto. Desgraciadamente no hablaba inglés ni gujarati, así que no pude comunicarme con ella.
Notas sobre el genocidio tibetano
China ha realizado en el Tíbet un genocidio contra los tibetanos. Según «The Question of the Tibet and the Rule of Law y «Tibet and the Chinese People’s Republique» (Comisión Internacional de Juristas. Ginebra, 1959 у 1960) relata S.S. el XIV Dalái Lama:
“Decenas de miles de los nuestros habían sido asesinados, no sólo en acciones de guerra sino individual y deliberadamente. Se les había dado muerte sin juicio alguno, por suponerles opuestos al comunismo, por atesorar dinero o simplemente a causa de su posición social o sin causa alguna. Pero primordial y fundamentalmente habían sido asesinados por no renunciar a la religión. Y no sólo habían sido muertos a tiros, sino a palos, crucificados, estrangulados, ahogados, escaldados, muertos por hambre, enterrados vivos, desventrados y degollados. Esos asesinatos habían sido cometidos públicamente. Los conciudadanos de las vícti-mas, sus amigos y vecinos fueron obligados a presenciarlos, y testigos oculares los describieron a la Comisión. Hombres y mu-jeres fueron muertos con muerte lenta, mientras sus propios fa-miliares tenían que presenciar su muerte y se forzaba a niños pequeños a disparar contra sus propios padres. Los lamas fueron perseguidos muy particularmente. Decían los chinos que eran improductivos y que vivían del dinero del pueblo. Trataban de humillarlos, especialmente a los ancianos y a los más venerables. Antes de torturarles, los uncían a los ara- dos y les hacían tirar como los caballos, fustigándoles y golpeándoles, a más de otros métodos demasiado perversos para poder ser referidos. Y mientras se les hacía morir lentamente, se mofa-ban de su religión, invitándoles a hacer milagros para salvarse del dolor y de la muerte.
Aparte de estas matanzas públicas, gran número de tibetanos habían sido hechos prisioneros y atrapados en redadas, siendo enviados con destino desconocido. Muchos habían muerto como consecuencia de las brutalidades y de las privaciones en los tra-bajos forzados y otros, por la desesperación y los padecimientos, se suicidaron. Cuando los hombres se veían forzados a sumarse a las guerrillas de las montañas, las mujeres y los niños que queda-ban en los pueblos eran asesinados con ametralladora.
Muchos millares de criaturas, desde los quince años hasta niños de pecho, habían sido arrancados a sus padres, que no los volvieron a ver más. Aquellos que protestaron fueron muertos o encarcelados. Los chinos opinaban que los padres podían traba-jar mejor sin los hijos y que los niños, una vez en China, podían ser educados más adecuadamente.
Multitud de hombres y mujeres del Tíbet creían que los chinos los habían esterilizado. Describieron por separado a los interrogadores de la Comisión Internacional la dolorosa operación. Los comisionados no aceptaron sus pruebas como concluyentes, porque dicha operación no correspondía con ninguno de los métodos de esterilizar conocidos por la profesión médica de la India. Pero de otro modo no había explicación posible, y cuando el informe de la Comisión fue completado, tuve pruebas que me convencieron de que los chinos habían esterilizado a todos los hombres y mujeres de unas cuantas aldeas.
Además de estos crímenes contra el pueblo, los chinos habían destruido centenares de monasterios, sea derruyéndolos materialmente, sea matando a sus lamas y enviando a los monjes a los campos de trabajo y obligando a éstos, bajo pena de muerte, a quebrantar sus votos de celibato. Luego utilizaron los monasterios vacíos como cuarteles o como establos.
Según todas las pruebas recogidas, la Comisión Internacional considera a los chinos «culpables del más grave delito de que puede ser acusada una persona o una nación es decir, de genocidio. Del intento de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, ética, racial y religiosamente tal». Llegaron a la conclusión de que los chinos pretendían acabar con el budismo en el Tíbet.”
(Dalái Lama, 1962:208-210)
Fotografías: Rubén Carrera.