Dalái Lama, una vida extraordinaria: En la China comunista

Tras la victoria del Ejército Rojo de Mao Tse-Tung en 1949, China inició una progresiva expansión de su territorio por el Tíbet durante los años 50, instalando avanzadillas militares, tomando el control de ciudades y sofocando los intentos de rebelión del pueblo tibetano. Además, el peligro era aún mayor: los comunistas, con su credo materialista, no tenían ninguna simpatía por la religión tibetana. Toda la frontera con el Tíbet se llenó de militares chinos y, tras intentar llamadas a socios internacionales, ninguna nación prestó ayuda militar al Gobierno del Tíbet, e incluso Inglaterra vetó dentro de las Naciones Unidas el asunto de la ocupación, pese a los pasados tratados bilaterales que lo reconocían como estado soberano. En definitiva, estaban solos ante el peligro.
En 1950, a la edad de 15 años, Su Santidad el XIV Dalái Lama fue erigido como líder político de forma excepcional. Aún faltaba mucho para que acabara su educación religiosa, y carecía de experiencia política. Normalmente se esperaba que el Dalái Lama tuviera 20 años pero no podían esperar más, la China comunista empezaba a ocupar cada vez más el Tíbet. De inmediato, decretó amnistía general para todos los presos del Tíbet. Un día llegó su hermano mayor de Taksten, que había presenciado la caída del gobernador Ma Bufang, y cómo el ejército de liberación chino se abría camino, destruyendo la vida religiosa del Tíbet. Ante el avance imparable del ejército chino y el aislamiento diplomático internacional, el Gobierno del Tíbet optó por buscar una salida negociada.
China sugirió el envío de una delegación oficial del Tíbet a Pekín, con el fin de alcanzar un acuerdo pacífico que evitara una ocupación total. Sin embargo, al llegar a la capital china, la delegación tibetana fue confrontada con un proyecto de anexión unilateral: el documento proclamaba que el Tíbet formaba parte de la República Popular China. Los enviados se negaron a firmarlo, alegando que no tenían autoridad para comprometer la soberanía tibetana. Pero pronto fueron tomados como prisioneros en Pekín, privados de comunicación con Lhasa y sometidos a presión y coacción constantes. Finalmente, cedieron bajo la fuerza de las circunstancias. Firmaron el documento, conocido más tarde como el «Acuerdo de los 17 puntos», aunque nunca utilizaron el sello oficial del gobierno tibetano. No obstante, el gobierno chino falsificó el sello, presentando el acuerdo como legítimo ante la comunidad internacional. El contenido del documento reflejaba una visión distorsionada del Tíbet. En él, el Tíbet era descrito como un estado feudal decadente, donde “la nacionalidad y el pueblo tibetano se han visto sumidos en los abismos de la esclavitud y del sufrimiento” (Dalái Lama, 1962:78), y la ocupación china se presentaba como una liberación.
Tras la firma forzada del acuerdo, un general chino llegó a Lhasa en representación del gobierno de Pekín. A los dos meses, llegaron 3.000 soldados y oficiales chinos, que instalaron un inmenso campamento militar en las afueras de la ciudad. Las tensiones comenzaron a escalar rápidamente. Los oficiales chinos empezaron a imponer exigencias cada vez más desmesuradas, mientras que los precios de los alimentos se triplicaron, sumiendo a la población en la desesperación. La situación se estaba volviendo realmente difícil para los habitantes de Lhasa, también, el resentimiento iba en aumento. Incluso los niños comenzaron a arrojar piedras a los soldados, un reflejo de la indignación generalizada.
La presión sobre el Dalái Lama también aumentaba. Se le exigió que destituyera a sus dos Primeros Ministros. En el futuro, volvería a encontrarse con ellos en el exilio, excepto con Lobsang Tashi, quien fue arrestado por las autoridades chinas y nunca volvió a recobrar su libertad.
En medio de este clima opresivo, el Gobierno chino invitó al Dalái Lama a viajar a Pekín. Aunque presentado como un gesto diplomático, era evidente que la invitación escondía un intento de controlarlo directamente, en un momento en que las tensiones en Lhasa estaban a punto de estallar.
La china comunista, 1954-55.
En septiembre de 1954, S.S. el XIV Dalái Lama viajó a la capital china para reunirse con Mao Tse-Tung, líder de la República Popular China. Aunque sabía que existía el riesgo real de no regresar jamás, sintió que era su deber ir. Las desapariciones forzosas eran muy frecuentes en la época de Mao y lo sigue siendo en la actualidad. De hecho, en 1995 el XI Panchen Lama fue secuestrado por el Gobierno chino a la edad de seis años, y nunca más se ha vuelto a saber de él.
S.S. el XIV Dalái Lama, con 19 años, emprendió una larga gira por China durante casi un año, de 1954 a 1955. Para llegar a Pekín fue por tierra, partes a caballo, otras en coche, y finalmente en tren. En Shingnan se le unió el X Panchen Lama, y juntos llegaron a Pekín, donde fueron recibidos con un fastuoso banquete en honor de 200 notables de la élite revolucionaria china. Años más tarde, Su Santidad recordaría aquel evento como un despilfarro llamativo, en fuerte contraste con la situación de miseria que ya vivían muchos tibetanos.
Dos días después se produjo su primer encuentro con Mao Tse-Tung. S.S. En este primer encuentro, el XIV Dalái Lama intentaba crear una atmósfera de confianza mientras Mao comentaba que tenían el deber de llevar el “progreso” al Tíbet pero que “consideraba el budismo como una buena religión y que buda caviló mucho a fin de mejorar las condiciones de vida del pueblo” (1962:100).

Durante su estancia en Pekín, el Dalái Lama fue presentado a representantes internacionales, incluidos los ministros de Rumanía, de Rusia y a Jawaharlal Nehru, Primer Ministro de India, pero el Gobierno chino impidió cualquier encuentro directo. Un día, fue invitado a casa de Mao para una reunión donde asistieron una veintena de altos funcionarios. Allí, comentó que el Tíbet tiene un gran futuro por delante, y que si el progreso continúa, en veinte años será más fuerte que el resto de China. Una promesa ambigua, que a ojos del joven Dalái Lama no disipaba los temores, sino que los envolvía en una retórica que ocultaba la realidad de la ocupación.
S.S. el XIV Dalái Lama emprendió un viaje de tres meses por distintas provincias chinas. Observó cierta “mentalidad uniforme de las masas[…] las gentes habían perdido su individualidad […] parecían haber perdido la costumbre de reír con espontaneidad”(1962:108). A pesar de ello, quedó impresionado con la eficacia en algunos de los proyectos del régimen chino, que mostraban una disciplina organizativa imponente.
Al regresar a Pekín tuvo su último encuentro con Mao Tse-tung. Durante una conversación privada, el líder chino inició un discurso sobre la “verdadera democracia”, cargado de ambigüedad ideológica. Al final, se inclinó hacia el Dalái Lama y le susurró al oído unas palabras que quedarían grabadas para siempre en su memoria:
“Le comprendo perfectamente, pero claro, la religión es un veneno. Tiene dos grandes defectos: mina la resistencia del hombre y retrasa el progreso del país. Tanto en Tíbet como en Mongolia habíamos estado envenenados con ella” (1962:101).
A pesar de esa afirmación, el joven Dalái Lama quedó impresionado por el carisma, la cortesía y el conocimiento político de Mao. Años más tarde, escribiría con sinceridad: “me convencí de que no utilizaría jamás la fuerza para convertir el Tíbet en estado comunista. Más tarde me quedé desilusionado a causa de la política de persecución que emprendieron las autoridades chinas en el Tíbet, pero todavía me resultaba difícil de creer que tales medidas pudieran tener la aprobación de Mao Tse-tung” (1962:102).

Al volver de su viaje, descubrió con amargura que el gobierno chino había aprovechado su ausencia para intensificar la ocupación militar. Durante una parada en Taktser, el pueblo que lo vió nacer, quiso saber cómo se sentía su gente. Le preguntó a la gente si eran felices. Entre lágrimas y dolor, todos respondían “nos sentimos muy dichosos y satisfechos bajo la guía del Partido Comunista Chino”. Estas frases memorizadas no dejaban lugar a dudas: la población había sido silenciada, desposeída de sus tierras y forzada a trabajar en proyectos del desarrollismo chino.
A lo largo del camino hasta Lhasa, S.S. el XIV Dalái Lama pudo percibir que la enemistad y el resentimiento hacia los chinos había aumentado desde el año pasado. Algunos recién nacidos de las zonas del Este del Tíbet estaban siendo llevados a centros de reeducación en China. Muchos templos habían sido abandonados, y las pocas organizaciones religiosas que quedaban estaban siendo manipuladas para realizar propaganda política.
La represión dictatorial, el hambre, el resentimiento popular y la desesperación empujaban al pueblo tibetano cada vez más hacia la violencia. Aun así, S.S. el XIV Dalái Lama intentaba convencer a los tibetanos de que rehuyeran de cualquier acto violento contra los chinos: “tanto en mi calidad de jefe religioso, como en mi calidad de jefe temporal, me sentía obligado a oponerme a cualquier tipo de violencia. Sabía que los chinos trataban de minar mi autoridad política, y que al oponerme a las acciones violentas de mi pueblo, les ayudaba a destruir la confianza que el pueblo tenía en mí” (1962:125).
En medio de esta encrucijada, S.S. el XIV Dalái Lama recibió una invitación de la Mahabodhi Society para celebrar en India el 2500 aniversario del nacimiento del Buda. Tras mediar el Gobierno de India, las autoridades chinas accedieron a que S.S. el XIV Dalái Lama pudiera salir del país sin impedimentos. Al ver que sus esfuerzos pacíficos eran ignorados, y que su presencia ya no bastaba para contener el colapso de su nación, Su Santidad tomó una decisión trascendental: viajaría a la India, en busca de consejo para gestionar la situación.